domingo, 15 de julio de 2007

El docente como líder en el aula


RESUMEN


El grupo es la unidad básica que proporciona la oportunidad de ejercer el liderazgo. Por lo que, la influencia del líder se pondrá en evidencia en las "utilidades" que obtendrá el grupo y cada individuo.

Se ha afirmado que, debido a la selección que efectúa el grupo, el liderazgo lo hará siempre la persona que más coincida con el término medio de las normas de aquel. De todos modos, el líder debe alcanzar el nivel que el grupo requiere, para evitar así las frustraciones dentro de la unidad con los consiguientes resultados: depresión moral, críticas destructivas, disensión interna y deterioro general.

Si lo anterior lo trasladamos al aula, como un espacio, un grupo humano, que requiere ser comando, el docente se convierte en líder. El maestro representará los intereses del salón, llevará al grupo a la consecución de sus intereses, formará la cohesión entre ellos, mantendrá el orden, los estimulará y motivará a seguir adelante.

Debido a lo anterior ¿el docente será un líder? Creo que la respuesta es obviamente si.
Pero ¿todos los docentes serán líderes? ¿Cómo sabremos distinguir que un docente es líder en aula?

Por ello, los contenidos que presentamos en este trabajo, giran en torno al liderazgo y a la función social que cumple el docente. Por eso, iniciamos el estudio haciendo una revisión amplia sobre el origen, concepto y teorías del liderazgo, luego se establece la diferencia entre los tipos de liderazgo y para terminar con esta parte se presenta un enfoque alternativo de liderazgo. En ella se analiza el sentido y las funciones del comportamiento de los líderes dentro del grupo educativo. Otro aspecto importante que se revisa esta referido al liderazgo y su influencia en el aula.
1.- Justificación

En todo grupo encontramos un espacio para ejercer nuestro liderazgo. Un grupo es cualquier reunión de personas que se congregan con frecuencia, porque tienen intereses y fines comunes, o actitudes, valores, sentimientos, creencias y tradiciones relativamente similares.

Un grupo posee ciertas características que lo distinguen de otro y de una multitud. Debe ser bastante reducido de modo que los miembros se conozcan mutuamente, exista una interacción directa y repetida, como también una técnica para la toma de decisiones; hay un sentido de comunidad o pertenencia; existe control sobre sus miembros y posee alguna forma de liderazgo.

Todo grupo existe por alguna razón. Podría decirse que hay dos principios fundamentales que unen a las personas. El primero, es el deseo de compañerismo y de asociarse con los demás, sin los cuales el individuo no podría desarrollar adecuadamente su personalidad. En la mayoría de los casos, el solitario no es una persona sana. Uno de los mayores objetivos del hombre es estimular a sus semejantes a reunirse, para poder así enfrentar el medio ambiente y lograr su plena realización. El segundo objetivo es la necesidad de adquirir una posición social, lucha que fortalece a las personas y brinda satisfacciones. Cada grupo proporciona posibilidades de cambio y variación. Esta fluctuación otorga al individuo la oportunidad de lograr una posición superior.

Hay en cada grupo dos importantes factores que sirven para "condicionar" a los miembros. Primero, la necesidad de lograr el fin o el objetivo elegido; segundo, la necesidad de establecer el entendimiento entre los miembros. En caso de existir rivalidades interpersonales, o cierta tensión de naturaleza destructiva, la efectividad del grupo se ve proporcionalmente anulada.

El grupo es la unidad básica que proporciona la oportunidad de ejercer el liderazgo. Esto se evidencia únicamente cuando dos o más personas establecen cierto tipo de relación interpersonal. La capacidad del líder se refleja siempre en el modo en que el grupo responde con la acción.

La influencia del líder se pondrá en evidencia en las "utilidades" que obtendrá el grupo y cada individuo. Esas utilidades estarán determinadas por los objetivos perseguidos y serán distintas según se trate de una asociación de padres y profesores, de una agrupación religiosa o de una empresa o de una agrupación militar.

Es probable que un grupo elija como líder a aquel que representa mejor su propio tono emocional. Si el grupo desea emprender una cruzada, el líder tendrá las cualidades correspondientes a ese cometido. Si el grupo muestra tendencias conservadoras, el líder representará ese concepto.

Es posible evaluar el temple de un grupo por medio de su liderazgo, ya que en éste se refleja las necesidades y los objetivos colectivos. Cuando las necesidades y los objetivos son tan variados que un solo individuo no puede satisfacer los requisitos en todas las esferas, entonces surgirán otras personas para compartir las responsabilidades del liderazgo, porque los líderes surgen cuando realmente se los necesita.

Se ha afirmado que, debido a la selección que efectúa el grupo, el liderazgo lo hará siempre la persona que más coincida con el término medio de las normas de aquel. De todos modos, el líder debe alcanzar el nivel que el grupo requiere, para evitar así las frustraciones dentro de la unidad con los consiguientes resultados: depresión moral, críticas destructivas, disensión interna y deterioro general.

Si lo anterior lo trasladamos al aula, como un espacio, un grupo humano, que requiere ser comando, el docente se convierte en líder. El maestro representará los intereses del salón, llevará al grupo a la consecución de sus intereses, formará la cohesión entre ellos, mantendrá el orden, los estimulará y motivará a seguir adelante.

Debido a lo anterior ¿el docente será un líder? Creo que la respuesta es obviamente si.
Pero ¿todos los docentes serán líderes? ¿Cómo sabremos distinguir que un docente es líder en aula?

2.- MARCO TEÓRICO

Concepto de liderazgo
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Liderazgo es la calidad de líder. Se califica así al comportamiento de los líderes dentro de un grupo. El liderazgo implica dirigir, influir y motivar a los miembros de un grupo para que realicen tareas fundamentales.

El liderazgo es esencialmente la capacidad de conformar las actitudes y el comportamiento de otros, trátese de situaciones formales o informales. El liderazgo es el ejercicio del poder sobre una persona o un grupo, hacia el logro de objetivos organizacionales, en un proceso y dentro de un marco situacional cambiante.

Este concepto se sustenta en los siguientes postulados: En principio, el líder es un conductor de grupo, un orientador y un dirigente de la dinámica grupal que coadyuva a conseguir con eficacia y certeza las metas y objetivos que se plantea un grupo.

Sus atributos de líder se muestran dentro de un grupo, permiten su desarrollo. ¿Pero cuáles son los atributos más deseables que se esperan del líder para que cumpla sus funciones de grupo? Se enumeran muchas características como: inteligencia, confianza, seguridad, personalidad bien integrada, fuerza de voluntad, perseverancia y capacidad de dirigir a las personas.

Entre las investigaciones sobre liderazgo, podemos citar las siguientes:

1. El estudio de Gibb C.A. "Sociometría del Liderazgo", en grupos temporales, donde Gibb, enumera las funciones del jefe.

2. Bass B.M. estudió las cualidades físicas y psíquicas relacionadas al líder, encontrando que los que asumen el liderazgo en épocas de crisis son los más osados, fuertes o inteligentes; el estudio se denominó "Liderazgo, Psicología y Conducta Organizacional.

3. Mann R.D. en un estudio efectuado para averiguar los rasgos del líder, titulado "Una revisión de las Relaciones entre Personalidad y Actuación en Pequeños Grupos", encuentra que los jefes eran más inteligentes que los miembros del grupo.


4. White y Lippit analizaron, también, efectos de diversos tipos de liderazgo ejercido por adultos sobre grupos infantiles; determinando los tipos de liderazgo: autoritario, democrático e indiferente. El estudio en referencia lleva el nombre "Autocracia y democracia, y una aproximación experimental".

5. Hollander y Julian definieron el liderazgo en el estudio "Corrientes contemporáneas en el análisis del proceso de liderazgo" como la relación de influjo recíproco, donde los receptores de aserciones capaces de influir, responden a su vez ejerciendo influjo.


6. Kahn y Katz en un estudio aseguraban que los supervisores más competentes, delegaban más eficazmente su autoridad, que los supervisores de grupos menos competentes. Mostraban, además, capacidad para incrementar cohesión entre miembros del grupo y no confundían su función con la de los demás miembros.

7. Lefcourt propone una relación completamente distinta entre liderazgo y personalidad; el hábito de tener éxito en todo lo que se emprende, dice, da origen a confianza en sí mismo y a competencia para asumir funciones de mando. Para lograr buenos resultados el hombre necesita emprender tareas arriesgadas; que la formación de "lideres" apta y segura de sí mismos, requiere oportunidades para llevar a cabo tareas que los preparen y no tareas insignificantes, rutinarias y triviales; además el éxito debe atribuirse a esfuerzos personales.


Teorías del liderazgo.

La posibilidad de elaborar una teoría general del liderazgo ha inquietado permanentemente a los estudiosos. Aunque se han propuesto muchas interpretaciones del liderazgo, todavía ninguna de ellas goza de aceptación general como entidad realmente explicativa. Existen acerca del liderazgo, teorías que se preocupan de enfocar al líder desde diferentes puntos de vista, desde sus cualidades físicas hasta las psíquicas (estatura, inteligencia, personalidad, peso, energía o salud, etc.). Otra perspectiva afirma que el líder es un hombre que en un momento y en un lugar determinado, muestra aptitudes o cualidades necesarias para el grupo; otro enfoque de liderazgo toma en cuenta las características de las interacciones entre líder y seguidores. A continuación veremos brevemente cada una de ellas.

Teoría situacional del liderazgo: Esta teoría establece que la situación dada, posibilita que cualquier miembro del grupo pueda asumir responsabilidades de liderazgo en un momento dado. Afirma que el líder es una persona que en un momento y en un lugar determinado muestra aptitudes o cualidades necesarias para el grupo.

Teoría de la interacción: Caracteriza a este enfoque la importancia que le aseguran a las interacciones entre el líder y el seguidor. En la relación entre líder y seguidor existe un flujo continuo de interacciones; así un miembro del grupo puede aparecer como líder en una circunstancia nueva. La interacción entre los líderes y sus grupos desarrolla una actividad tal que constantemente asignan roles de líder a los miembros del grupo. Existe una especie de traslación y asimilación de las actividades y funciones del líder que son asumidas por cada uno de los miembros del grupo, lo que les permite asimilar con facilidad el rol de líder.

Teoría de los rasgos: Esta teoría se basa en la proposición de que todos los líderes eficaces poseen rasgos o características personales comunes que influyen causalmente sobre el éxito. Por ejemplo, si todos los líderes que tienen éxito alcanzaran una altura mayor de un metro noventa, la teoría de los rasgos sostendría que por lo menos parte de ese buen resultado responde a tal característica. Por supuesto, se admite que estos líderes deben tener más de un rasgo común; pero el concepto esencial es que, más allá del número de rasgos, hay una relación causal entre éstos y el éxito del líder. Ordway Tead, Chester Barnard y Erwin Schell se destacaron en la escuela de los rasgos. En esencia, esta teoría sostiene que los rasgos del liderazgo están muy difundidos en la población; que pueden observarse y medirse; y que su posesión está vinculada causalmente con el éxito del liderazgo. Por consiguiente, para llenar una vacante de líder la hipótesis sería buscar un candidato dotado de los rasgos que se asocian con los líderes que logran éxito.

Teoría del adepto: La teoría del adepto es en realidad una modificación de la teoría de los rasgos. Mientras ésta se centra directamente en el líder, la primera es un enfoque indirecto del estudio del líder. Su base es la proposición de que el mejor indicador de la calidad de un líder es la calidad de sus partidarios; por consiguiente, el mejor medio de evaluar el valor de un líder es analizar a sus adeptos.

Teoría ecléctica: La teoría ecléctica del liderazgo es sintética; es una combinación de componentes de otras teorías. Aporta fases explicativas o información originada en otras teorías y forma así un cuerpo de pensamiento destinado a explicar el liderazgo. A medida que se reúne y clasifica más información acerca del liderazgo, puede reducirse la proporción de decisiones intuitivas adoptadas por los líderes y aumentarse la de las decisiones objetivas. Como ya se indicó, cuando los líderes disponen de escaso conocimiento deben apoyar en su intuición la gran mayoría de sus decisiones.

La teoría ecléctica es quizá la más útil, pues obtiene información de varias fuentes para explicar el liderazgo. Esta teoría puede ser de provecho para los estudiantes y los profesionales del liderazgo, porque les permite ampliar y combinar en una sola explicación los mejores rasgos de las restantes teorías, lo cual facilita la mejor comprensión del liderazgo.

Liderazgo, poder y conducción de grupo.

Cuando hablamos de liderazgo no debemos dejar a un lado que estamos hablando de un poder social entendiendo por ello, la habilidad de influir a otra gente por cualquier medio; en este sentido, es obvio que el liderazgo implica poder y la efectividad del líder, entonces, está en parte determinada por la tendencia de los subordinados a responder a los actos del líder.

De acuerdo a French y Raven (citado por Campoverde, José. Visión de Líder) se pueden distinguir hasta cinco tipos de poder:

1. Poder Referente: Es el que se establece cuando los sujetos se sienten sumamente atraídos por el que ejerce poder y caen bajo su influencia.

2. Poder de Experto: Resulta de una influencia social primaria del que ejerce poder sobre la estructura cognoscitiva de los sujetos.

3. Poder de Recompensa: Poder cuya base es la capacidad de reconocimiento, premios y recompensas a los sujetos.

4. Poder Coercitivo: Resulta de la capacidad del que ejerce poder para manipular la obtención de actitudes aprobatorias de los sujetos.

5. Poder Legítimo: Se define como aquel surgido de valores internalizados del que ejerce poder y que dictan su legítimo derecho de influir así como la obligación de los subordinados de aceptar esta influencia. Se reconoce que el poder legítimo es más difícil de precisar.

Para ser efectivos, entonces, los actos de liderazgo deben apoyarse en una base de poder.

Tipos de liderazgo.

Durante el proceso de socialización, todas las sociedades tienden a producir el tipo de hombre que requieren para autoperpetuarse. Una estructura social autoritaria tiende a promover en su seno el florecimiento de formas autoritarias de liderazgo.

Paralelamente, un liderazgo democrático es más probable que se desarrolle dentro de una estructura democrática.

Sin embargo, no siempre este proceso es perfecto, ya que puede originarse personalidades que en diversos momentos se apartan de las normas establecidas. Por ejemplo, cuando en una sociedad autoritaria, se va generando paulatinamente un grupo innovador que, dependiendo de diversos factores, pueden actuar como agente de cambio social evolutivo o innovador.

Teniendo en consideración que la estructura social influye en el tipo de liderazgo, también podemos constatar que un líder puede asumir, en diversas ocasiones, distintos estilos de conducción de grupos, dependiendo de quién toma las decisiones. De este modo podemos hablar de un:

a) Liderazgo Autoritario. Se caracteriza porque:
El líder determina toda política.
La Autoridad dicta una a una las técnicas y los pasos a seguir.
El líder dicta a cada miembro la tarea y sus compañeros de trabajo.
El líder tiende a ser personal al elogiar y criticar el trabajo de cada miembro, pero se mantiene alejado de toda participación de grupo activa, excepto en las manifestaciones.

b) Liderazgo Democrático. Se caracteriza porque:
Toda política queda a discusión y decisión del grupo, animado y apoyado por el líder.
Se gana perspectiva de actividad durante el período de discusión. Se esbozan los pasos generales hacia la meta de grupo y cuando se necesita consejo técnico, el líder sugiere dos o más procedimientos alternativos de dónde elegir.
Los miembros pueden trabajar con quien lo deseen, y se deja al grupo dividir las tareas.
Al elogiar o criticar, el líder es "objetivo" o "justo", y trata de ser un miembro regular del grupo en su espíritu, sin realizar demasiado trabajo.

c) Líder Socio-emocional.
· A decir de Cartwright y Zander, posee la capacidad y los recursos necesarios para que los otros se sientan a gusto y satisfechos de pertenecer al grupo.

d) Líder de Opiniones.
a) Es el líder que en el grupo informal influye sobre las creencias y actitudes de otros.
b) Tal vez ésta ha sido la categorización más tradicional, que sobre los estilos y tipos de liderazgo se han escrito.
c) El eterno dilema del líder es: cuándo comportarse según uno de estos estilos; cuándo ser "bueno" y cuando ser "fuerte", es decir: en qué momento aplicar la "mano dura" y cuándo la "mano blanda"

Según Granados (1999) existen distintas maneras de caracterizar los tipos de liderazgo. La autora establece una tipología a partir de las características o condiciones personales de quién ejerce el liderazgo. Veamos:

a) EL LIDER PULPO:
Es el caudillo.
Es el que hace y sabe todo.
Es el que se hace imprescindible.
Es el que cree que los demás miembros del grupo no saben, que son ignorantes.
b) EL LIDER ARAÑA:
Es el activista.
Es el que hace gestiones y trámites, papeles y juicios.
Se limita a hacer obras, pero no promueve organización.
Cuando sale, todo se viene abajo.

c) EL LIDER MUERTO:
Es el que no tiene vida.
Es el que no se mueve.
Es el que no convoca a reuniones.
Es el que no hace nada por su grupo o comunidad.
b) EL LIDER TORTUGA:
Es el pasivo.
Es el que no tiene iniciativa.
Trabaja sólo cuando el grupo le exige o lo cuestiona.
c) EL LIDER ZORRO:
Es el aprovechador.
Es el que utiliza su cargo para fines económicos y políticos.
Es el que trabaja sólo para figurar.
d) EL LIDER ABEJA:
Es el democrático.
Es el que su cargo está al servicio de los demás.
Es el que promueve la participación de todos.
Es el que valora y respeta a su base.
Asume responsabilidades y da cuenta a los demás.

Liderazgo, grupos y educación.

Las funciones observables de liderazgo han permitido a la dinámica de grupos clasificar distintos grupos (permisivo, autocrático, paternalista, democrático, participativo). Ahora bien, en una sociedad democrática -con aquel máximo grado de participación en los intereses comunes por parte de todos- las funciones de liderazgo no pueden ser patrimonio de unos pocos sino requisito de todos. Si todos tienen la posibilidad (y de algún modo el deber) de desempeñar funciones de liderazgo, es lógico que han de tener un entrenamiento concreto en esas funciones, y el mejor camino es el desempeño en los grupos. Y la encargada de realizar ese entrenamiento es la educación.

La educación, en un sentido moderno, es la creación de un sistema de relaciones humanas, persiguiendo la mejor calidad de tal tipo de relaciones.

La dinámica de grupos, que se ocupa forzosamente de las relaciones humanas, ha observado sus diferentes tipos, los ha clasificado, ha experimentado las consecuencias en cada tipo de relaciones. Habitualmente, las relaciones se clasifican como autocráticas (de violencia), democráticas (de tipo contractual), individualista (de laissez faire), paternalistas (forma suavizada de la autocracia).

El ser humano, en su vida diaria, puede manejarse con varias de ellas, según el medio en que está actuando. Y además no deberían ser considerados como tipos de relaciones totalmente aislados, sino como un "continuum". Es decir que la humanidad, los grupos, los individuos pueden ser ubicados dinámicamente en momentos o estadios diferentes de una línea de las relaciones humanas que se modifica.

La línea o el "continuum" de las relaciones humanas se mueven en una dirección que va de la dependencia hacia la independencia. No se trata pues de distinciones rígidas. Implica multiplicidad de variantes. En última instancia, se trata de recorrer un camino que lleva de la "inmadurez" hacia cada vez más "madurez".

Tales etapas las recorrió la humanidad, las recorre el individuo en la escuela y en el hogar, y las recorren también los grupos cuando se van entrenando.


Un enfoque alternativo: el liderazgo efectivo, una herramienta del docente.

En la labor educativa, los docentes tienen la oportunidad de compartir e interactuar con diferentes grupos: alumnos, padres, colegas en el centro educativo, comunidad u otro ámbito. Evidenciándose así la expresión más palpable que el ser humano vive y se desarrolla en grupos.

La dinámica que se genera entre los miembros del grupo hace crecer, estimular y activar las potencialidades de cada uno de los integrantes y del grupo en general, posibilitando que el liderazgo sea compartido. (Este enfoque resalta la participación de todos los miembros para asumirlo).

De acuerdo a este enfoque, se presentará una definición del sentido que debe tener el liderazgo, así como los distintos tipos y funciones que le competen al líder.

Sentido del liderazgo.

Todo grupo requiere una conducción (liderazgo) que facilite la tarea y favorezca el logro de los objetivos establecidos y definidos con la participación de todos los miembros preferentemente. Por ejemplo, en el grupo educativo, el docente puede actuar como líder promoviendo la participación de los padres, niños y comunidad en general. De acuerdo a este enfoque no es sólo el docente es quien realiza acciones, sino que a su vez éste promueve la participación de alumnos, padres, etc. llegando así a compartir la tarea propuesta. Es así como la conducción y acción puede ser distribuida entre el grupo permitiendo que todos los miembros tengan oportunidad de desarrollar las correspondientes capacidades.

3.-ESTILO DE LIDERAZGO APLICADO EN AULA

Cuando nos ubicamos como docente comúnmente nos imaginamos como aquel maestro que nos ha dejado una onda huellas en nuestra trayectoria académica, que se ha formado como un modelo a seguir. Pero lamentablemente a veces nuestra práctica docente dista mucho de ese pensamiento.

A veces pasamos por alto que al elegir se docente debemos tomar en cuenta:

a) Nuestra personalidad y con especial atención cómo expresamos nuestros sus sentimientos e ideas.

b) La estructura del grupo a que impartimos clases, dado que no es aconsejable aplicar tácticas democráticas allí donde existe una tradición autoritaria; por lo menos, durante el periodo inicial de la relación líder-grupo. Recordando que cada grupo es diferente porque sus características y necesidades lo son.

c) Tener presente la tarea que se tiene entre manos, en la medida que la realización de la misma requiera o no de consenso.

d) La situación por la que el grupo atraviesa, expresada en condiciones de emergencia que eventualmente parezcan requerir de acciones muy rápidas, tales como las situaciones de desastre. En las situaciones de un desastre natural, sería más recomendable un líder autoritario en un inicio para designar tareas que den solución al problema.

e) El tamaño del grupo, en grupos pequeños un líder democrático permite tomar decisiones llegando a un consenso. En grupos numerosos la presencia de un líder autoritario puede facilitar dicho proceso.

Como habremos visto el tipo de liderazgo aplicado en aula depende de situaciones y características especiales del grupo, así como de nuestra personalidad.

En razón a lo anterior, no es recomendable la aplicación permanente y rígida de un sólo estilo de liderazgo a lo largo de toda la existencia del grupo. Es preferible adaptar el mismo a las demandas de la personalidad, la estructura del grupo, la tarea, la situación y el tamaño del grupo.

Por lo que es necesario que el docente pueda:
· Expresar con franqueza sus ideas y sentimientos.
· Estar dispuesto a recibir ideas y sentimientos nuevos, es decir, permitir y alentar la recepción de nuevos datos acerca de sí mismo y de otros.
· Correr riesgos y experimentos con su propia conducta.
· La forma de dirigir un grupo influye poderosamente no sólo en su funcionamiento sino también en la calidad del aprendizaje.
· Generar las condiciones para crear un clima cordial de aceptación, exento de amenazas, que permita a los alumnos expresar libremente sus dudas e ignorancias y hacer las preguntas que consideren necesarias.
· Generar la colaboración en la ejecución de la tarea, teniendo como característica principal la ayuda mutua y la cabal comprensión del propósito.

Es por ello que debemos erradicar la idea de que el trabajo docente sólo consiste en transmitir únicamente el contenido del curso y no motivar; reflexionemos que cuando la transmisión de las asignaturas genera desinterés en los alumnos están desinteresados, no logran sus propósitos. Hawley (1983), sugiere que podría emplearse mucho más tiempo para motivar a los alumnos, y que si están bien motivados aprenden más aprisa que aquellos desmotivados y para ello se requiere una buena dirección y que el docente goce de una credibilidad y liderazgo al interior del aula.

De otro lado, considerando la importancia de la motivación del docente es un proceso que conduce a experiencias en las cuales puede ocurrir el aprendizaje; energiza y activa a los alumnos y los mantiene en la dirección correcta. Así pues, el liderazgo emanado en la motivación en el aula afecta tanto al aprendizaje como la conducta de los alumnos y estimula a aprender más. Y además una buena forma para evitar problemas de conducta es involucrar a los alumnos en el aprendizaje.

El docente no solo forma la sociedad del mañana, sino también a quien a de dirigirla, por lo tanto, es de vital importancia que nuestra práctica pedagógica considere los aspectos anteriores, que no haga ser mejores modelos de académicos y de vida. Recordemos que al optar por un estilo de liderazgo optamos por un estilo de sociedad, por un tipo de futuro ciudadano, por una forma futura de decidir y solucionar los problemas, por una forma de cambio, por el compromiso y solidaridad. Por ello nuestra función como líderes educativos es mucho más trascendental que la de cualquier otro líder organizacional.


4.-EL LIDERAZGO NUESTRAS VIDAS

Ubicar al liderazgo en nuestra vida personal implica hablar de la familia, un grupo que como la empresa o la escuela también posee roles y que en ella nos toca de igual manera adoptar y optar por uno de ellos. El liderazgo es y conforma parte de nuestra personalidad, en razón de que es la manera en que asumimos los retos, los encaramos y solucionamos; y que cada situación, escenarios y grupo determinarán la manera en que nos tocará decidir o asumir.

El estudiar el liderazgo en sus diversas formas: lectura, exposiciones, comentarios y experiencias nos hace comprender la importancia de nuestras acciones en cualquier escenario, la importancia de nuestro rol y quizás más reflexionar nuestras decisiones.

Entender las características de nuestros liderazgos no hará más concientes de nuestra personalidad, nuestras actitudes y habilidades.
CONCLUSIÓN

El profesor no sólo se debe limitar a ejercer funciones en un aula, sino que debe ser consciente que su labor puede extenderse a otros ámbitos de su entorno. Todo profesor está llamado a cumplir con una misión especial, y es la de ser líderes en el campo educativo en que se desenvuelve.

La influencia es el resultado de una interacción en la cual una persona cambia algún aspecto de su conducta en la dirección intentada por la otra. A diferencia del poder que se refiere a la fuerza que motiva el cambio. Es así como el profesor tiene la capacidad de influenciar y ejercer poder en sus alumnos, en forma positiva y compartida para el desarrollo de éstos como persona. Dicho de otra manera, el rol de profesor implica el ejercicio de un liderazgo, en la medida que como educador puede generar cambios en su interacción con su grupo de alumnos, padres de familia, colegas o con miembros de su comunidad.

El perfil del docente que debe actuar eficazmente como promotor dentro del ámbito de la comunidad educativa y de la comunidad circundante en general requiere reunir algunas de las siguientes cualidades:

Primero: La posesión de un estado de equilibrio y madurez psíquica que le permita enfrentarse adecuadamente a los diversos problemas y múltiples presiones que pueda llevar consigo un trabajo tan complejo como el de promotor.

Esta madurez emotiva es importante para desarrollar su tolerancia a las frustraciones, reducir la necesidad de utilizar mecanismos de defensa en su relación con las personas que trabaje y para las que trabaje, evitar la proyección de sus propios deseos y necesidades en el aula. Será muy importante evitar que los sentimientos de simpatía y antipatía condicionen su relación con los diferentes tipos de alumnos, provocando algún tipo de discriminación.

Segundo: Confianza en las capacidades del grupo y de sus alumnos, para resolver sus propios conflictos y evolucionar adecuadamente. Esto llevaría consigo la existencia de expectativas positivas en relación con las posibilidades de maduración de las personas con las que se trabaja y el percibirlas de una manera dinámica, no como seres con características fijas e inmutables, sino inmersos en un proceso de continuo desarrollo para la actualización de sus potencialidades.

Esta actitud no necesita ser explicada claramente por parte del docente, sino que se trasluciría a través de todo el conjunto de mensajes emitidos y sobre todo, por medio de un conjunto de indicios no verbales de los que el grupo puede no ser plenamente consciente, pero que "capta" y responde a ello.

La fortaleza del ego se expresa en un espíritu altamente optimista que piensa positivamente y que es capaz de poner en juego oportunamente las capacidades de cada alumno en el aula. Esto es algo el profesor debe tener muy presente.

Tercero: Flexibilidad mental y emotiva, que implicaría una capacidad de saber analizar rápido y con precisión las causas potenciales de un determinado conflicto o situación grupal y articular las posibles soluciones. Será necesario poseer una clara conciencia de la relatividad de las propias percepciones y opiniones que impediría la pretensión de imponer dogmáticamente éstas al grupo; y una capacidad de exteriorizar sin temor los propios sentimientos y estados afectivos, en las ocasiones en que ello puede facilitar la dinámica grupal.

Cuarto: Apertura, tolerancia y disponibilidad a los otros, a sus sentimientos, sugerencias e ideas, que conllevaría un esfuerzo para no juzgar a los alumnos desde nuestros propios esquemas de referencia. Debemos lograr la "aceptación incondicional" del otro como un ser autónomo y único en todas sus particularidades, que tendrá más posibilidades de evolucionar positivamente cuando más sea aceptado como tal. Esta será una cualidad básica para que el docente pueda cumplir su función catalizadora en el grupo, y para la estimulación del clima de confianza y apoyo mutuo necesario para la buena marcha de éste.

Quinto: Competencia interpersonal, que implicaría la capacidad para establecer relaciones auténticas y funcionales con los otros. En términos prácticos significaría el saber comunicarse adecuadamente y ello requeriría el adquirir una buena habilidad comunicativa, tanto a nivel verbal como no verbal y en el doble papel de emisor y receptor.

En cuanto a su rol de emisor, es importante que el docente tenga un control adecuado sobre todo el conjunto de estímulos que emite en un determinado momento y será fundamental la existencia de una congruencia plena entre lo que está diciendo por vía oral y lo que piensa y siente en la realidad, expresando principalmente a través del lenguaje corporal. Nos encontraríamos con otra de las cualidades básicas: la autenticidad. Cuando el docente se compromete realmente tal y como es, sin recurrir a pantallas ni artificios, más fácil será que sea congruente en sus comunicaciones y menos lugar dejará para las ambigüedades y las interpretaciones erróneas. Y, a su vez, cuando más claro sea el mensaje enviado, más claramente tenderá a responder el alumno y mayores probabilidades habrá que se establezcan unas relaciones interpersonales abiertas y positivas.

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jueves, 22 de febrero de 2007

Las prácticas pedagógicas en el aula: ¿Un paso a la libertad o a la dominación?


Por Omar Bandala Fonseca


Introducción
El presente ensayo pretende analizar las prácticas pedagógicas en el aula a partir del pensamiento de Henry A. Giroux realizando una revisión del papel que asume el estudiante y docente ante los sistemas educativo como formas político-cultural que refuerza o conservan las relaciones de fuerza y reduce sus espacios para el ejercicio de su libertad.

La actitud apática, desinteresada, poco crítica y reflexiva de nuestros estudiantes en el aula sobre los problemas sociales y culturales del país, su comunidad y su escuela sólo agranda los abismos de las diferencias culturales y políticas.

Ante tal situación, el aula reproducen las relaciones dominantes vigentes teniendo como actores a estudiantes y docentes que materializan esas relaciones en las prácticas pedagógicas de acuerdo con la organización del sistema educativo. Eso significa que el alumno esta imposibilitado para ejercitar su poder, la critica social, hablar y sentirse responsables de lo que dicen porque el miedo al castigo, a la represión, a mantener al margen de la historia, a desarrollar su lenguaje, a formar una identidad, a moverse en las fronteras culturales, a expandir su comprensión de entorno y participar en la vida pública democrática.

Por ello, me parece de gran importancia hacer que nuestros alumnos adopten un papel activo dentro del aula, como críticos principales de los modelos educativos, de sus docentes, de los problemas y las soluciones sociales actuales. Parece difícil, pero es una tarea que se debe implementar de manera urgente. Primeramente hacer que empiecen a reflexionar, después participar y finalmente a proponer soluciones a nuestros grandes dilemas sociales.

La modificación de este escenario requiere de la participación de profesores y estudiantes, el primero siendo capaz de reconocerse a sí mis­mos en un lenguaje desmitificador, de manera que puedan descubrir que toda tarea educativa es también una tarea política. En segundo lugar, los profesores han de verse como agentes de una especie de futuro distinto, más orientado a crear que a destruir las posibilidades de justicia social. Los profesores necesitan un discurso crítico y un len­guaje de posibilidades; necesitan ser capaces, de alguna manera, de inte­rrogarse sobre el carácter de lo que hacen, pero también necesitan ver más allá del horizonte de lo posible. En tercer lugar, reconocer que no se puede ser un intelectual público fuera de la política de representación. Una vez que reconoce le toca actuar sugiriendo diversas formas de prácti­ca pedagógica en las que los alumnos aprendan a tomar postura, debatir y esforzarse colectivamente para con­vertirse en sujetos de la historia. En lo que respecta al estudiante ser capaz de hablar y escuchar sobre tradiciones, historias y perspectivas teóricas diversas; ser responsable de lo que dice, comprometerse con el mundo, de manera que puedan plan­tearse cuestiones sin temor a recibir castigo alguno.

Este trabajo compartido dará por resultado un sentido de la jus­ticia social, la democracia y papel mas activo dentro del proceso social.

¿LA ESCUELA UN ESPACIO FORMATIVO O REPRODUCTIVO?
Cuando hablamos de la escuela nos estamos refiriendo al espacio donde acuden las personas para ser educadas y ser capaces de seguir aprendiendo a lo largo de su vida. En este sentido, hay que distinguir que existen varias connotaciones sobre ella, que van de las muy utópicas hasta las realistas, es por ello que daremos un pequeño vistazo a las comunes.

Según la herencia clásica, el saber por tanto la escuela, son en sí mismo factores de emancipación, liberación y promoción humana, y con reza en todos los contratos sociales y constituciones, la institución escolar será la encargada de la distribución de los saberes equitativamente, por encima de las diferencias sociales, sexuales, étnicas, etc. Contribuyendo a la extinción de las desigualdades y privilegios.

La escuela tiene el fin de proporcionar conocimientos, desarrollar habilidades y actitudes que preparen a las personas para asumir responsablemente las tareas de la participación social, les permitan aprender por cuenta propia y tener flexibilidad para adaptarse a un mundo en permanente transformación que garantice la atención a las necesidades de diferentes grupos en diversos espacios y situaciones, que sea incluyente. Es decir, una educación[1] que propicie la equidad, independientemente del medio en que vivan.

La influencia de la escuela es necesaria por que infunde un progreso autónomo al educando, quien va tendiendo al propio desarrollo. Así, tanto la ayuda desde fuera, como el desarrollo interior de nuestras propias capacidades y la superación de nuestras limitaciones.

Como habremos visto es una posición idealista de lo que debe ser la escuela, pues refiere un espacio donde se preparan personas para ser incorporadas a la sociedad, a la cultura, pero al mismo tiempo educados en valores como el respeto, ciudadanía y democracia.

Pero la pregunta: ¿Todos los estudiantes son iguales en todas las escuelas y todas las escuelas son iguales para todos los estudiantes? Evidentemente no, porque las escuelas juegan un papel primordial en la reproducción de privilegios culturales[2] donde se ven claramente las diferencias naturales[3] sobre las cuales descansan los fallos selectivos y discriminatorios de esta institución.

Para Pierre Bourdieu la escuela es:
Una instancia de reproducción de las relaciones de sociales de dominación y, por tanto, de las formas de conciencia y representación ideológica que le dan legitimidad. (Bourdieu, 2002, 98)
En realidad, la escuela es más que un espacio de formación de personas para ser educados y ser capaces de seguir aprendiendo a lo largo de su vida. Pues en ella suceden representaciones de una forma de vida social donde siempre están implícitas relaciones de poder y de prácticas sociales que privilegian el conocimiento en proporción a una visión del pasado, del presente o del futuro.

Para Giroux las escuelas inculcan histórica y actualmente una idea profesional meritocrática, racionalizando la industria del conocimiento por niveles de clase social; reproducen la desigualdad, el racismos, sexismo, y fragmentan las relaciones sociales democráticas mediante la enfatización en la competitividad, androcentrismo, el logocentrismo y el etnocentrismo cultural.

Es porque, la escuela debe ser considerada como una arena política cultural, porque el aprendizaje no es un proceso neutral o transparente, más bien, es un proceso cultural e histórico en el que los grupos selectos son posicionados mediante relaciones asimétricas de poder que reproducen principios, valores y privilegios.

Como institución emi­nentemente política, la escuela está profundamente involucrada en la reproducción de los valores sociales, económicos y culturales determinando las conductas, saberes y disposiciones vigentes, así como en la conservación de esas for­mas sociales dominantes que repro­ducen las configuraciones actuales de poder. Por tanto, las escuelas están organizadas principalmente de acuer­do con un tipo de autoridad directiva, procedimental y técnica.

De ahí que sean los niños mejor dotados en esquemas de percepción, apreciación, disposiciones y acciones (habitus)[4], son aquellos que heredarán el capital económico y sobre todo el capital cultural, en este último la escuela juega un papel importante.

Por eso, hoy se hace necesario que quienes detentan grandes riquezas económicas, trasformen parte de ese capital en “inversión educativa”, de tal manera que puedan legar a sus herederos parte de ese patrimonio bajo una especie de capital certificado (títulos), lo que permite el acceso más expedito a los puestos directivos de las empresas. Por tanto, aquí nos encontramos con una forma clásica de reconversión del capital económico en capital cultural, que a la larga redundará en mejores beneficios económicos en forma de salarios altos.

Este suceso es evidente en cualquier país incluyendo el nuestro, figurando fenómenos como: las cuestiones relativas a la privatización de la educación, la lógica del mercado y al acentuado énfasis puesto sobre la competitividad y la realización individual. Desde esta perspectiva, el aprendizaje se reduce a satisfacer necesida­des individuales de lo que se llama excelencia.

Pero el crecimiento masivo de la población escolarizada, debido, en otros factores, al acceso de todas las clases sociales y grupos a los circuitos educativos, ha producido serias transformaciones en la reorganización escolar, tendiendo a garantizar y mantener o reorientar ciertas formas de certificación y jerarquización social históricamente establecidas.

Es por eso, que la naturaleza de las prácticas pedagógicas: realizadas en la escuela[5], como institución de la vida cultural, basan su trabajo en el ejercicio del poder simbólico y por lo tanto en el poder de la violencia simbólica que juega un papel central en la legitimación de las relaciones sociales.

El poder de la violencia simbólica, ejercido en la educación es a través de toda práctica pedagógica, al igual que cualquier otro poder simbólico, pues logra imponerse con legitimidad en las significaciones, los sentidos y valores que se asignan a los hechos y rasgos característicos de todo orden sociocultural, velando las relaciones de fuerza de dicho orden.

Así, toda práctica pedagógica ejerce alguna forma de violencia simbólica, al lograr con su poder arbitrario la imposición de un arbitrio cultural, es decir, conquistar el reconocimiento de la cultura dominante como cultura legitima.

Pero, para que la práctica pedagógica sea eficaz, esta doble arbitrariedad debe mantenerse oculta no puede transparentarse en los agentes que participan de la comunicación pedagógica, así mismo, ni la manera arbitraria de imposición ni los contenidos arbitrario que se inculcan pueden aparecer completamente explicitados.

Además, toda práctica pedagógica, como relaciones simbólicas de poder, es una relación de comunicación, que se ejercer a través del lenguaje, y como tal, no descansa en el monopolio de la fuerza. Se trata de una comunicación entre emisor y receptor (docente-alumno) que en ningún caso es simétrica. Al contrario de lo que se piensa, lo que se transmite en la relación de aprendizaje no es sólo información, pues incluye lenguaje y se hace necesario el reconocimiento de la legitimidad de la emisor y de los receptores; en otros términos, es necesaria autoridad pedagógica del emisor (docente), que en cualquier circunstancia condiciona la recepción de la información transformándola en reproducción de la formación. El contenido de la información en el mensaje no se agota en la comunicación, pues generalmente la comunicación pedagógica se mantiene, aunque la información transmitida tiende a desaparecer. Este carácter de la relación pedagógica y el sello que le imprime la autoridad del profesor, se hacen patente en la práctica pedagógica que se vive en el aula día a día.

Pero intentemos ver más allá a la escuela del espacio reproductivo y de relaciones dominantes vigentes, es también un lugar de mediación, oposición y donde surgen nuevas posibilida­des que tienen muy en cuenta la pro­ducción de saber, identidades sociales y valores. Creamos firmemente que la escuela tiene la oportunidad de ampliar las capacidades humanas de los alumnos y otras que desarrollen la capacidad de vivir y orientarse en una democracia multi­cultural y multirracial.

Giroux en sus escritos confiere a la escuela un papel importante en la formación de una ciudadanía crítica, que a través de un nuevo discurso establezca la diferencia cultural[6] que luche para recuperar la vida pública democrática.
La ciudadanía aparece directamente vinculada al eje de la inclusión-exclusión. Y además de las condiciones objetivas que la soportan (instituciones, políticas, servicios, normas) tiene un componente afectivo importante que se expresa en "nuevas sensibilidades", que reorganizan los saberes tradicionales en un contexto de incertidumbre para ponerlos a funcionar, a veces con un sentido pragmático, a veces crítico, con el objeto de ganar espacios de inclusión y participación (Reguillo, 2000, 1)
La enseñanza es un servicio público absolutamente clave en la vida de un país. La escuela ofrece a la nación la posibilidad de dedicarse por sí misma y de una manera reflexiva a configurar una educación dedicada a una ciuda­danía responsable, al tiempo que apela a las responsabilidades de las futuras generaciones en la lucha a favor de la democracia. “La democracia no se hereda”. En todo momento hay que luchar por ella. Así, surge esta cues­tión: ¿cómo educar a los estudiantes para que crean que las escuelas no sólo son simples medios para la movi­lidad social y económica, sino que, también son extensiones del poder económico y político, de manera que diversos grupos puedan participar en el engrandecimiento de la nación? ¿Cómo educar a los estudiantes para que crean que, de hecho, las escuelas tienen que ser la primera línea de defensa de las cuestiones de equidad, justicia y libertad?

La respuesta debe tener una base fundada en la liber­tad y el aprendizaje critico, porque si la escuela y los profesores no sientan las bases de la libertad, tendrán que aprender y enseñar a optar, es decir, tendrán que aprender a practicar lo que podemos denominar pedagogía del riesgo[7]. Los estudiantes tendrán que ser educados para que amplíen la base cultural pública y crítica de la sociedad para que se pueda hacer alianzas que ocupen de cuestiones fundamentales para la vida en una sociedad democrática. Esto es, los estudiantes deben hablar, hacer ruido, enzarzarse en diálogos a voces y se abrirse a distintas lenguas y puntos de vista. Y por último, una mayor diversidad en la prácti­ca pedagógica en las que los alumnos aprendan a tomar postura, debatir y esforzarse colectivamente para con­vertirse en sujetos de la historia.

Por lo tanto, la práctica pedagogía debe conver­tirse en una actividad cívica que surja de la necesidad de ampliar las condi­ciones de la actuación democrática humana y para extender las formas sociales que amplían las capacidades humanas críticas para eliminar la vio­lencia material y simbólica de la sociedad, en vez de cerrarlas teniendo escenario a la escuela, docentes y alumnos.

EL PAPEL DEL ALUMNO EN EL AULA
Para hablar del estudiante primeramente, es necesario conocer la acción pedagógica primaria, resultado de la educación familiar, que ejerce los efectos más duraderos e irreversibles. Bourdieu la llama el habitus de clase que se hará presente en los aprendizajes posteriores, es decir acciones pedagógicas secundarias. El habitus primario inculcado por la familia será el inicio para cualquier habitus posterior.

En este sentido, es de vital importancia rescatar el capital cultural heredado, porque juega un papel decisivo en la desigualdad de distribución: beneficios escolares, las acciones educativas formalizan y explicitan principios que operan en la práctica y de los cuales el estudiante ya tiene dominio previo, gracias a la socialización primaria.

Los esquemas de valoración, los sistemas simbólicos, y en general, la lógica del orden sociocultural, varia del grupo y clase social del cual provenga, y se expresa como disposiciones (categorías de pensamiento, actitudes, aspiraciones, entre otras) que le permiten determinada trayectoria escolar exitosa o deficiente.

Es claro, que las desigualdades e inequidades de la escuela no se hacen explicitas de manera simple y directa por la clase social de origen y mucho menos por el nivel económico, sino en los procesos de socialización a los cuales las distintas clases sociales someten a sus grupos para la transmisión del patrimonio cultural. En esa medida el aprendizaje en la escuela se encuentra precedida por la transmisión e inculcación de esquemas y estructuras de conocimiento, de percepción y valoración, es pocas palabras no hay igualdad de oportunidades frente a la escuela como primer inicio.

Bourdieu, sostiene que cada clase o grupo social tiene una apropiación distinta del lenguaje, por lo que su codificación produce efectos escolares diferentes. El habitus lingüístico, es decir, las competencias y habilidades del uso de la lengua son un segmento importante del capital cultural heredado. La escuela tiende a valorar y legitimar el lenguaje de las clases dominantes (cultas) generando inequidades académicas evidentes.

No hay que olvidar que la lengua es más que un instrumento de comunicación y que su eficacia depende de las condiciones sociales que la producen. La producción y circulación del lenguaje supone una relación entre la competencia lingüística y el mercado social que se expresa o compite.

Cuando esa pedagogía primaria es transferida al aula a través del lenguaje y comienza la práctica escolar a través de un sistema de interacción como la clase, el proceso inicia con observar al docente como entorno nuestro; pero lo que observamos son gestos, lenguaje, indicaciones, exteriorizaciones sociales, no pedazos de la conciencia.

Por lo que el alumno empieza esa interacción cara a cara, donde la comunicación se encargan de liderar la auto descripción de sus compañeros, el aula, la escuela y su sociedad, comunicando o eliminando el espacio de su actuar. En ese instante el estudiante revela su individualidad, como parte de un sistema que le permite hacer uso de cierta libertad en razón de su integración o de fusión al sistema educativo.

El proceso continua para el alumno, mediante el sistema escolar, no neutral plagado de ideologías determinadas, prácticas sociales inmersas en configuraciones de poder, ideas mediatizadas por la historia vistas desde los intereses de la clase dominante, lo que lo limitará a recibir lo que el sistema requiere de él.

El proceso sigue su desarrollo formando a nuestro estudiante como una reproducción de su historia que legitima y ratifica las relaciones sociales, que marginan, imprimiéndole una imagen de como vivir en sociedad, evidentemente concebida desde producción y organización del lenguaje previamente organizado en niveles, categorías, estrategias y tácticas necesarias para su enseñanza y aprendizaje.

Después, con lo aprendido configurar sus intereses y experiencias que representen su nuevo espacio de conflicto sobre la versión de autoridad, la historia, el presente y el futuro que prevalecerá en la escuela.

Y finalmente devolverá a la sociedad lo producido y legitimado en el aula por la interacción alumno-docente.

Bajo es marco se define la actuación de nuestros estudiantes en el aula, por lo tanto cual es la realidad de ellos en la escuela.

Muchos estudiantes provienen de familias de bajos ingresos, primera restricción para su actuar (bajo capital cultural heredado y por ende reducido manejo del lenguaje debido a su situación familiar), en su gran mayoría se encuentran en escuelas públicas con docentes poco preparados, poco críticos del sistema social y sin vocación educativo.

Dicha situación es asimilada por el estudiante con una completa frustración por su situación inicial, posteriormente su confrontación con un sistema educativo totalmente tradicional, donde no existe una interacción real docente-alumno, sólo se trata de un monólogo encabezado por el docente, el alumno asume su papel pasivo, no criticándolo debido a la tradición cultural heredada. Así, aprendieron aceptar ser víctimas y su situación la situación económica lo incrementa.

La poca estructura cognitiva traslada por el docente no le permiten dimensionar los concepto que le son trasmitidos, y mucho menos criticarlos[8]. Las habilidades aprendidas son deficientes, reproducciones de los malos sistemas escolares llevados a la práctica pedagógica en el aula. Carentes de sentido y aplicación a la vida real de los estudiantes al momento de ser aprendidos.

Su reducido lenguaje producto de su vida y de la calle le hace asumir de manera víceral toda información recibida, produciendo inversiones afectivas en determinados tipos de conocimientos. En este sentido, el conocimientos no es algo que comprender, sino una respuesta automática.

El choque entre el conocimiento que los alumnos observan y aprenden en la calle con el tradicional en el aula genera un tipo de identificación viceral. Es decir, el conocimiento de las calles es vivido y mediado a través del discurso afectivo no hallado en la escuela. En las calles lo importante es algo sentido mientras en el aula se matiza de racismo y logocentrismo. Ese sensación del alumno de no encontrar en el aula un conocimiento acorde a su experiencia vivida lo aísla; es un discurso congruente con otra persona, pero no con él.
En este sentido, sus voces son desconfinadas y deslegitimizadas por no pertenecer a la acción cultural promovida por la escuela. Es por ello, que su lucha diario se hace en razón a tratar de reconciliar esa disyuntiva entre la existencia de lo vivido en la calle, las barreras ideológicas y las líneas prefijadas por la práctica docente y social propia de la vida en el aula.
La instrucción en el aula es un conocimiento cosificado dado de forma lineal y relativamente no problematizado y que coloca al estudiante en rol de receptor pasivo. La resistencia a este tipo de conocimiento en el aula refleja el comportamiento del estudiante en casa y su intento ritualizado de llevar a la escuela los discursos hibridizados y transgresivos de la calle (Everhart, 1983, 45)
Es por ello, que la instrucción en el aula debe ser comprendida desde la teoría de la ideología reformulada, que problemátice el aula como punto de unión para la construcción del otro, en el que las diferencias raciales, sexuales se entrelacen con fuerza.
La incapacidad de los estudiantes de ser alfabetos puede que no provenga tanto de la ignorancia más bien de un acto de resistencia. Es decir, cada miembro de la clase obrera u otro grupo marginado se niegue, consciente o inconscientemente, a aprender los códigos culturales y las competencias legitimadas por la sociedad dominante (Giroux, 1998, 69)
Por lo tanto, el profesor como eje de la enseñanza en el aula debe establecer esta reconciliación entre conocimientos y llevarlos más allá de ello. Esto significa que la escuela debe dar respuesta a las con­diciones sociales que capacitan a los estudiantes para aprender. Significa que los estudiantes necesitan oportunidades de ejercitar el poder, definir ciertos aspectos de su currículo, controlar ciertas condi­ciones del aprendizaje, y que se les permita correr riesgos, comprome­terse en sistemas de autocrítica y crí­tica social sin miedo al castigo. Nece­sitan tener oportunidad de hablar y sentirse responsables de lo que dicen. Pero los estudiantes necesitan algo más que aprender a hablar, escribir y afirmar sus propias historias, necesi­tan aprender también a mantenerse en el límite de la trasgresión, para aprender diferentes lenguajes, desa­rrollar sus identidades y moverse en las fronteras de las diferencias cultu­rales, para que así puedan expandir las condiciones de su propia com­prensión de las diferencias, como fundamento de una vida pública demo­crática.

Tratando de convertir a nuestro alumno más critico, reflexivo y conscientes de su situación social. Teniendo como directriz la libertad consciente del alumno en el aula. Pero para que resulten las escuelas tiene que se espacios seguros para los estudiantes. De este modo, la cuestión del aprendizaje se vincule a formas de activismo que realzan las posibilidades de vida democrática.
EL PAPEL DEL DOCENTE EN EL AULA

En cuanto a los docentes existen de todo tipo, desde los que se entregan en cuerpo, corazón y alma, hasta los que tiene un poder diabólico de dominación, de constitución que se ejercer sobre la identidad misma del estudiante, sobre su imagen de sí, y pueden infligir en un traumatismo terrible.

Pero, quien es el profesor: es un ser dotado de autoridad pedagógica y, por lo tanto, de capacidad de reproducir los principios de orden cultural dominante y dominado, es también, toda instancia educativa que realiza un trabajo pedagógico. Este debe entenderse como el trabajo propio de inculcación progresiva de los elementos y prácticas de la herencia cultural, capaz de producir una formación larga y duradera a través de la escuela.

El profesor inculca de manera intensa comportamientos, actividades y saberes en condiciones lógicas expresadas en sus prácticas pedagógicas, sin apelar explícitamente a normas, reglas o códigos. Es por ello, que el docente es precisamente un producto del trabajo pedagógico socialmente determinado de toda actividad educativa, difusa e institucional, que tiene por objeto hacer interiorizar modelos, significaciones y en general, las condiciones sociales existente para formar lo que se llama personalidad.
La inculcación realizada en toda acción pedagógica es generadora, no sólo de información sino de personalidades sociales[9].
Ya hemos hablado de la realidad en la escuela a través de su función social y cuyo ejecutor es el profesor, evidentemente son claros sus resultados. Pero quizás, el único que puede hacer algo para remediar la situación es él. La pregunta es ¿Cómo?

La respuesta es simple educando estudiantes con una sólida for­mación de ciudadanía crítica que lucha para recuperar la vida pública democrática.
No es sólo hablar de valor cívico del modo indicativo, supone también, sostener que cualquiera que sea educado críticamente se dará siempre cuenta de que todo acto de lucha por la democracia supone un riesgo. No podemos pensar simple­mente en quedarnos a salvo, tranqui­los, seguros y cómodos. La educación crítica requiere que profesores en conjunto con sus estudiantes, estén siempre en la brecha, y que caigan en la cuenta de que, en cierto sentido fundamental, se producen consecuencias que exigen pagar un precio muy alto. Después de todo, la lucha por la justicia y los prin­cipios democráticos siempre implica arriesgarse.

Pero que lo primero que se tiene que hacer es: reconstruir el con­cepto de profesor como trabajador cultural, es decir, persona que trabaja en los distintos lugares en los que confluyen el conocimiento, el poder y la autoridad. Tal reconocimiento ayuda a reformular el carácter y el objetivo de la práctica pedagógica. En este sentido, la pedagogía se convier­te en una actividad cívica que surge de la necesidad de ampliar las condi­ciones de la actuación democrática humana y para extender las formas sociales que amplían las capacidades humanas críticas para eliminar la vio­lencia material y simbólica de la sociedad, en vez de cerrarlas.

Por eso, es de suma importancia que el profesor romper la división entre pensamiento y acción que caracteriza la forma tan rígida la organización de escuelas y el currícu­los. Esta divi­sión de trabajo ha formado parte durante mucho tiempo de una tradi­ción instrumentalista que define el trabajo docente, y que sostiene que los profesores no deben ejercer pre­siones utilizando su capacidad para pensar, limitándose a realizar o ejecu­tar las labores predeterminadas por el estado u otras instancias. Es la peda­gogía del servilismo, que subordina la capacidad de los profesores al impe­rativo estricto de realizar los sueños y perspectivas de otros.
Es la peda­gogía del servilismo, que subordina la capacidad de los profesores al imperativo estricto de realizar los sueños y perspectivas de otros. (Giroux, 1998)
En segundo lugar, no podemos hablar de que los profe­sores lleguen a controlar de algún modo la producción del conocimien­to salvo que nos ocupemos también de las condiciones históricas y estruc­turales en las que han trabajado y luchado. Aunque este factor no siempre es alcanzable debido a la carga de trabajo o en algunos casos no es posible transformar ciertas condiciones de trabajo.

En tercer lugar, no podemos situar simplemente a los profesores en solamente en el aula. Porque los profesores son también trabajadores culturales que necesitan estar en contacto con otros educado­res de muchos lugares para ampliar el sentido y los lugares en los que se pone en práctica la pedagogía. Esto les brinda la oportunidad de estable­cer vínculos, ver las conexiones entre su trabajo y el de otros trabajadores de la cultura, y desarrollar movimien­tos sociales que puedan oponerse a los métodos de aprendizaje opresivo y dominante.

En el mundo postmo­derno, es esencial que los educadores adopten una postura que permita vin­cular los compromisos sociales con la acción pública, de manera que sirvan de ejemplo a sus alumnos respecto a lo que significa ser un “intelectual públi­co”. El intelectual público aborda el mundo de manera que pueda ocupar­se con la mayor seriedad de sus pro­blemas más acuciantes. De este modo, la cuestión del aprendizaje se vincula a formas de activismo que realzan las posibilidades de vida democrática. Más específicamente, esto significa dar a los profesores, estudiantes y comunidades el control de las condiciones para la producción del conocimiento, utilizar los recur­sos culturales que los estudiantes aportan a la escuela sin dejarlos como meros objetos de consideración romántica, unir las formas de repre­sentación y los contenidos de la ense­ñanza con el desarrollo de los conoci­mientos que han hecho posible la revolución electrónica del mundo postmoderno; significa también hacer que las escuelas resulten seguras para los estudiantes, de modo que puedan permitirse correr riesgos, hablar, participar abordar y poner en duda la forma de construir el conocimiento y con qué propósitos, y situarse así ellos mismos más como agentes que como objetos de conocimiento y poder.

Por lo general, el discurso de los profesores no tiene nada que ver con la vida pública. El lenguaje que suelen aprender es el de las metodologías, la dirección científi­ca, el profesionalismo. Es por ello apremiante, que ofrezca muchas más cosas, como, por ejemplo, distin­tos lenguajes políticos. Tienen que ser capaces de reconocerse a sí mismos en un lenguaje desmitificador, de manera que puedan descubrir que toda tarea educativa es también una tarea política. En segundo lugar, los profesores tiene que verse como agentes de una especie de futuro distinto, más orientado a crear que a destruir las posibilidades de justicia social.

En tercer lugar, creo que necesitan reconocer que no se puede ser un intelectual público fuera de la política de representación. La conducta, experiencia y práctica del docente carecen de relieve y no pueden com­prenderse aparte de la representa­ción. Sólo a través de los lenguajes que utilizamos para representarnos e imaginarnos a nosotros mismos y las actividades que realizamos podemos llegar a comprender cómo somos, responsabilizarnos de nuestros actos y entrar en diálogo con los otros. Toda la pedagogía participa en las negociaciones y traducciones que se llevan a cabo en medio de diferentes luchas sociales, políticas y culturales. En estos procesos es fundamental el problema de la elaboración de un lenguaje crítico que reconozca su pro­pia parcialidad, sus condiciones de existencia, historicidad y referentes éticos.
CONCLUSIONES
Hemos aproximado un poco al pensamiento de Henry A. Giroux entorno a su concepción de la escuela, el estudiante, docente y la práctica pedagógica. Y no ha dado por resultado que el lenguaje y la comunicación son el vehículo que nos hace participe desde cualquier óptica de cambio en el aula. Es por ello, que creemos firmemente necesario estudiar estos, para explorar sus consecuencias en la sociedad y la realidad en la escuela.

Giroux al igual que Bordieu sostienen que el lenguaje es el constructor de realidades, y su materialización en el aula a través del a la práctica docente y es de aquí que el individuo se convierta en un producto de las estructuras de poder como un elemento reproductor de los intereses de una clase dominante.

Evidentemente la escuela como producto de esa estructura social auto reproduce pensamientos, hábitos, conductas en sus estudiantes para que esa sociedad permanezca inmóvil y legitime las condiciones establecidas.

Pero Giroux encontró que a través del aula esta situación puede cambiar mediante la modificación de las prácticas pedagógicas empleadas por el profesor en su aula. Es a través de hacerse consciente su función y papel dentro de este nuevo proceso de educación. Formando alumnos con un sentido critico de su funciona ciudadana y democrática al interior de su nación.

El trabajo del docente es crear un lenguaje que logre establecer las conexiones necesarias para que el estudiante vincule el conocimiento de la calle con el conocimiento científico cambiando su apreciación afectiva y viceral que tiene de este. Creando nuevos código perfectamente asimilables y practicables por el alumno totalmente engarzados a las condiciones y problemas de su comunidad, de tal manera, que lo hagan conciente y crítico del entorno.

Pero para realizar esto, primeramente, los profesores deben romper las estructuras de pensamiento heredadas, así como, las formas en que transmite esto. Como segundo paso, se debe establecer una nueva concepción del docente totalmente revalorizado. Y finalmente educar a nuestro alumnos para romper esquemas, ser crítico, reflexivos y concientes de su papel en la sociedad y el cambio.

Terminaré con la siguiente cita de Maturana: Preparemos a las personas para incorporarlas a la cultura y la Sociedad. Pero al mismo tiempo eduquémoslas en valores para que se respeten así mismas y o los demás, ciudadanos en una sociedad democrática.

BIBLIOGRAFIA

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27. REGUILLO R. (2000), Naciones juveniles. Ciudadanía: el nombre de la inclusión, disponible en URL: http://www.buap.mx/tcu/uni4lec6.html. consultado el día 26 de noviembre del 2005.
[1] Marveya Villalobos Elvia dice: que la educación es un proceso de perfeccionamiento; es pasar de un estado a otro; de lo que se debe ser. La educación de una persona es el interés por mejorarla, por perfeccionarla

[2] Termino que acuño Bourdieu para sostener que los privilegios culturales son susceptibles de convertirse en capital económico y social.

[3] Bourdieu menciona que todo puede verse en el cuerpo: las condiciones de existencia interiorizadas manifiestan el origen social; la manera de hablar, de mirar, el tono de voz, todas las posturas que parecieran ser reflejos naturales en realidad son reacciones sociales o morales cuasi-automáticas, influencias sociales traducidas en el cuerpo.
[4] Define Bourdieu al habitus como un sistema de disposiciones adquiridas permanentes y transferibles, que generan y clasifican las acciones, percepciones, sentimientos y pensamientos en los agentes sociales de una cierta manera, generalmente escapando a la conciencia y a la voluntad. Tales disposiciones son incorporadas desde la más temprana infancia, a lo largo de la vida de los individuos, mediante el proceso de socialización multiforme y prolongada, que posibilita la apropiación del mundo, del yo y de los otros.

[5] La escuela para cumplir a cabalidad con sus funciones externas, sabe disimular esas demandas de reproducción, haciendo énfasis en su autonomía y neutralidad absoluta. Las funciones de ideológicas de legitimación del orden establecido son posibles gracias a esa autonomía relativa del sistema escolar, que le permite el éxito en la inculcación de la cultura legitima (dominante), gracias al reconocimiento que se rinde a la autoridad pedagógica y al desconocimiento que se guarda con respecto a las relaciones sociales que sirven de fundamento.
[6] Que tenga como propósitos centrales:
Desechar lo monolítico y homogéneo en el nombre de la diversidad, multiplicidad y heterogeneidad: Rechazar lo abstracto, general y universal a la luz de lo concreto, específico y particular
Hacer historia, contextualizar y pluralizar destacando lo contingente, provisional, variable, experimental y cambiante.
[7] Pero el riesgo no se refiere al desarrollo de la propia carrera como expresión de la individualidad anteriormente expuesta, sino a la expansión de la esfera de poder y control popular sobre las condiciones de trabajo, aprendizaje y el sostenimiento de la vida pública.
[8] Welh considera que es difícil aunque esencial escapar de la trampa de los métodos educativos más tradicionales: el uso de las teorías como formas de control social. Esto adopta diferentes formas de ellas de manera de contender, y finalmente destruir toda audacia de los estudiantes. Una estrategia evidente es la arrogancia práctica de recordar a los estudiantes tanto críticas como destructivas, no son nuevas y proporcionar después de una larga lista aquellos supuestos, con mayor sofisticación retórica y poder retórico. Otra forma de prevenir la audacia es la introducirles la aversión a reinventar la rueda.
[9] Bourdieu dice que en cierta forma, la acción educativa es algo así como “el aparato genético de la sociedad y cultura”. la efectividad y productividad del trabajo pedagógico se mide a partir de tres factores: primero de acción duradera del habitus inculcado, el segundo, por las medidas que el habitus es transferible, de una situación a otra, y tercero, por la exhaustividad del habitus, o sea, por su capacidad de engendrar practicas sociales que correspondan al orden cultural inculcado.